domingo, 31 de diciembre de 2017

Sin propósitos

No hay propósitos para el nuevo año. Vivir el día a día despacio y tratando de no pisar el barro. Despacito y con buena letra, como decían las abuelas y las buenas maestras.
Que la noche os sea propicia. 
Y el 2018, también. 

viernes, 29 de diciembre de 2017

Los 71 años de Marianne

He estado asustada, pero ya no tengo miedo. La vida continúa y yo sigo a flote. Eso dijiste hace un tiempo, Marianne, y no sabes la cantidad de veces que he recordado tus palabras este año. En el hospital, claro, donde mi madre, como te ocurrió a ti años atrás, se trataba su cáncer de pecho. Pensar en ti en aquellos momentos me daba una extraña fuerza. Esta es mi religión. Escribía algo en el cuaderno y, previamente, escribía tu nombre en la parte de arriba, como si fueras una diosa que fuese a protegernos. No sé si llegaste a hacerlo (quiero creerlo), pero aquí estamos, como tú, a flote. Hoy cumples 71 años y en este rincón no podemos dejarlo pasar por alto. En este rincón y en esta casa, donde se escuchará tu voz durante todo el día. No es algo raro, ya sabes. Quizá este año, por esas razones tan obvias (el hospital, el cuaderno...), tu voz suene aún más poderosa. Esa voz, ese bálsamo, ese refugio. Volveré a escribir tu nombre en mi cuaderno. Casi como una liturgia. La edad, a ratos, nos vuelve un poco supersticiosos. Eso también lo sabes. 

jueves, 28 de diciembre de 2017

Sin voz

Me estoy haciendo mayor, y cada vez soporto menos la violencia, toda clase de violencia, la violencia machista sobre todas las demás violencias, esa que vuelve hoy como casi cada día a mostrar toda su crueldad. Palabras, gestos, silencios, y poltronas de políticos que no toman las riendas del asunto con firmeza y determinación. Son estos días tristes y días alegres, la vorágine navideña en todo su esplendor, por eso, aunque la imagen de ese tipo asesinando a su mujer delante de sus hijos me ronda constantemente desde que me enteré de la noticia, quiero evitarla porque me resulta insoportable, y aún así...
Aún así, aquí estamos, llorando, pataleando, protestando, gritando. Pidiendo que la educación (por parte de padres y profesorado) y la cultura dejen de estar relegadas -una y otra vez- a los sótanos de la sociedad. Pidiendo que los políticos se pongan las pilas, que no estamos ante un asunto banal ni pasajero. Que votamos para que en esta democracia no tengamos que asistir casi cada día al asesinato de una mujer.  
Que nos quedamos sin voz. Que la impotencia y el asco ya nos sobrepasan. Que basta ya, joder. Que basta ya. 

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Mundos propios

Era de noche. Aún no estábamos en Navidad, pero las calles ya estaban iluminadas con las luces características. Su destellos se reflejaban en los cristales del local de vinos en el que nos encontrábamos. Era una bonita sensación. Como en esas películas de Kieslowski en las que los protagonistas, aunque estén rodeados de mucha gente, parecen habitar en un mundo aparte: su propio mundo. Las sensaciones navideñas previas a la Navidad siempre son más bonitas que la propia Navidad en sí misma. Esas sensaciones previas aún no están atiborradas de excesos, falsedad, funfún, boletos no premiados, ni mensajes estúpidos de gente que no se acuerda de ti más que cuando está borracha y tiene que compartir mesa con quien no le apetece. Luego sonó una versión lenta de una canción antigua de Cyndi Lauper. Y definitivamente nos sentimos transportados a una de esas ciudades tan lejanas e inalcanzables que ya sólo son puntos de referencia en mapas desgastados. 

domingo, 10 de diciembre de 2017

Ciclogénesis

Leída la prensa (después del artículo de Elvira Lindo, sólo quiero una cosa: ¡tener el nuevo libro de Lea Vélez!), rematado y enviado un artículo a LaEscena sobre la última película de Isabel Coixet, 'La librería' (me ha tocado mucho la fibra por diversas razones que expongo allí), me dispongo a preparar unas patatas guisadas con carne. 
Ciclogénesis, ven cuando quieras. Aquí te espero. 
Cuando llegues, si llegas, supongo que ya me encontrarás leyendo 'El hombre que se creía Vicente Rojo', la fascinante novela de Sònia Hérnandez. Todo un descubrimiento que publica Acantilado. 
Domingo todo el día. ¿Quién dijo miedo? 

sábado, 25 de noviembre de 2017

Mujer encogida

Está ahí, todos los días, en una céntrica calle de la ciudad, tan encogida sobre sí misma que casi parece una enana, con un abrigo raído y una taza delante donde la gente le pone monedas. Está ahí, todos los días, a las puertas de un local donde hace unos años una conocida cadena vendía bocadillos. Está ahí, todos los días, ajena al tiempo y puede que eso, precisamente, sea lo mejor que le puede pasar. Que este tiempo ya no le pertenezca ni, acaso, sepa muy bien qué es eso, este tiempo. Un tiempo en el que cada día se cierra un local, en el que las librerías pierden dinero constantemente (piratería va, piratería viene), en el que en cada esquina hay una mano pidiendo unos céntimos. En el que, si la imagen distorsiona la idea de la felicidad (¿o era seguridad?), todo el mundo mira para otro lado. Pero eso sí, ayer celebramos Halloween, hoy el Black Friday y mañana (¿apostamos?) Acción de Gracias. Decididamente, cada día vivimos en un mundo más absurdo. 

jueves, 16 de noviembre de 2017

Arroz

Cuando era pequeño, sobre todo en otoño e invierno, sufría constantes infecciones de garganta. Me subía mucho la fiebre y se me quitaban por completo las ganas de comer. Lo único que me apetecía era un arroz que hacía mi madre con cuatro cosas (chorizo, jamón, salchichas, pimientos...). Un arroz a lo pobre, le decíamos, que estaba delicioso. A veces, como hoy, lo hago. Y siempre me acuerdo de aquellos días, en casa, sin colegio, leyendo los libros que mi madre me traía de la calle cuando bajaba a la compra y la dichosa fiebre me lo permitía. Con aquella sensación de estar un poco alejado del mundo, protegido del exterior. Siempre me emociona recordar la infancia de aquel niño. Y los días que vendrían después de aquellos días invernales. 

lunes, 13 de noviembre de 2017

Escritura

Me despierto. Suena una música de violín que no sé si procede del piso de arriba o del interior de mi cabeza. Si es así, si procede del interior de mi cabeza, comparte espacio con las voces de los personajes de mi nuevo libro de cuentos. Esas voces quieren salir de ahí y ocupar el espacio en blanco, tener su propia entidad. Cuando esto sucede, no hay más opción que preparar café y escribir. Lo haces: preparas café y escribes. En tu estudio, dadas las horas. Pero cuando estás en el proceso de escritura de un libro, te sirve cualquier sitio. Esa es la verdad. Una mesa, una incómoda silla de hospital o tus propias rodillas: cualquier lugar es válido para apoyar el cuaderno y escribir. Lo importante es que el cuento tenga un poco de música y un poco de sangre, como dice el maestro Eloy Tizón. Y aunque la música del violín ya ha dejado de sonar -probablemente procediese de mi propia cabeza, recuperándose del sueño-, surge esa otra a la que se refiere Eloy. Y la sangre está en la esencia misma de cualquier vida, de cualquier personaje. El secreto -creo- consiste en aplicar las dosis adecuadas. Y así comenzamos una nueva semana, avanzando hacia el invierno: arañando horas al tiempo para terminar el libro, para que esas vidas -femeninas, en su mayoría-, entre la música y la sangre, ocupen su propio espacio. Continuamos. 

domingo, 12 de noviembre de 2017

La noche que no paró de llover

Cuando a mi madre le detectaron el cáncer de mama contra el que estamos luchando (todo va bien encarrilado, toquemos madera), estaba leyendo 'La noche que no paró de llover', la última novela de la escritora Laura Castañón. Fueron aquéllos días de desconcierto, de rabia, de impotencia, de lágrimas. (Y de ciertas decepciones con algunas personas que dicen ser tus amigas, pero esa historia es más vieja que el hambre, como bien sabe todo el mundo). Días de andar un poco perdido y días de inevitable ansiedad. Eran muchas las ganas de que operación y tratamiento comenzaran de una vez. Cuando, en los momentos de relativa calma, trataba de volver a la novela de Laura, algo me impedía continuar con su lectura, pese a tratarse de una historia muy bien narrada. Esos resortes extraños que son más poderosos que nosotros mismos y para los que no hace falta buscar demasiadas explicaciones. ¿Para qué? Sabía que en algún momento volvería a la novela. He vuelto a ella estos días, en el hospital, mientras mi madre recibe su tratamiento. Y qué gozada. En ese silencio que sólo se rompe cuando una enfermera indica algo con amabilidad (mi gratitud de nuevo a todo el personal sanitario del HUCA) o las caras de todos los días te dan los buenos días, he disfrutado mucho con la historia de esas mujeres. Es una novela preciosa. Y que hoy, cuando ya no soy el mismo de hace unos meses (una enfermedad así, aunque suene a tópico, te cambia la percepción y el sentido de todo), recomiendo vivamente. 

miércoles, 1 de noviembre de 2017

A vueltas con los placeres sencillos

Levantarte muy temprano, preparar café, escribir durante casi tres horas seguidas, desayunar tostadas con mermelada de ciruela, descubrir mientras desayunas una frase de Isak Dinesen que incluirás en tu próximo libro, volver a la cama un rato antes de salir a pasear con una sensación parecida a la felicidad. 
A vueltas con los placeres sencillos. 

martes, 24 de octubre de 2017

Día de las bibliotecas

Resplandores de sol o de nieve que se filtran por las ventanas y consiguen alcanzar parte de los libros que abarrotan las numerosas estanterías. Allí, en uno de esos pasillos o sentado a una de las mesas, rodeado de gente o con la única compañía de los protagonistas del libro que estoy leyendo o escribiendo, estoy yo. Tengo quince años y tengo cuarenta y seis años, mi edad actual. Y tengo todos los años que van entre una edad y otra. Recuerdo eso y recuerdo también el camino que va de mi casa (de la casa de mis padres, de la nuestra) hasta la biblioteca. Esa distancia está llena de ansia, de expectación, de cierto nerviosismo (no importa la edad). Encontraré el libro que ando buscando o encontraré otro, eso da igual. Siempre regresaré con un botín a cuestas. Siempre regresaré con algún apunte en el cuaderno. He encontrado la paz en algunos lugares del mundo. No es cuestión de enumerarlos ahora. Y sigo haciéndolo, muy a menudo, cuando regreso a cualquiera de esas bibliotecas que son parte de mi itinerario. Paraísos imprescindibles donde todo se queda a un lado y donde todo regresa a su sitio. 
Silencio, silencio. 

lunes, 23 de octubre de 2017

La fotografía de Jacki

La fotografía es impactante. Al principio, se creía que era una perra huyendo del fuego que asoló hace unos días buena parte del norte del país, aún asustada, con su cría calcinada agarrada delicadamente con los dientes. Luego se supo que era un perro, Jacki, que transportaba animales a un lugar donde no había llegado el fuego para enterrarlos. Sigue siendo una imagen impactante y muy emotiva, porque en ella está captada la verdadera esencia de los animales. Su nobleza. Su valentía. Sus sentimientos. Todo eso consigue transmitir la fotografía. La incomprensión y el miedo de un pobre animal por lo sucedido. Y por encima de esa incomprensión y de ese miedo, la fuerza de la naturaleza: un perro aferrado a los de su especie que fueron destrozados por las llamas, convertidos ya en una suerte de troncos que pronto se convertirán en añicos. 
Hacía tiempo que no me conmovía tanto una imagen. Sigue haciéndolo, pasados ya unos cuantos días. La vida siempre es más poderosa que todo lo demás. Incluso más que el fuego. 
Si estuviésemos en América, ese fotógrafo (Salvador Sas) se llevaría un Pulitzer. 

jueves, 19 de octubre de 2017

También esto pasará (luchando contra el cáncer)

Este artículo fue publicado en El Huffington Post

El pasado quince de junio, dos días después de cumplir sesenta y ocho años, a mi madre le confirmaron que padecía cáncer de mama. Fue a primera hora de la mañana. Íbamos los dos caminando por el Campo San Francisco, ese espacio verde que divide la ciudad en dos partes, cuando sonó mi teléfono. ¿Es usted familiar de Nuria Álvarez? Sí, soy su hijo, respondí. Cuando aquella mujer confirmó la peor de las previsiones, nos abrazamos, nos echamos a llorar. Y permanecimos así durante un buen rato, incapaces de avanzar, de conseguir que nuestros pies se moviesen. Como si alguien los hubiese pegado al suelo con un producto altamente eficaz. Empezó a lloviznar y, al fin, temblorosos, cogidos del brazo, comenzamos a caminar. Lo hicimos en silencio, sintiendo los acelerados latidos de nuestros corazones, la presión en el pecho. ¿Qué nos esperaba a partir de ese momento? Lo primero, la operación. Después, los tratamientos. Les llamarán en breve, dijo aquella mujer con amabilidad. Cada vez que sonaba el teléfono, un sobresalto. Ninguna llamada importaba más que aquella. Que llegase lo antes posible. Fue un verano duro, extraño, interminable. Un verano para olvidar, ciertamente. La familia intentábamos que mi madre no pensase en ello. Salir de casa, caminar (caminar mucho), tomar algo en una terraza, comer en un restaurante, ir al cine o al teatro... Cualquier cosa era válida para distraerla, para distraernos. Y cuando pensábamos en ello, decíamos que todo iba a salir bien. ¿Por qué no? Lo han detectado a tiempo, decíamos. Y era cierto, aunque la angustia nos removiese por dentro. Supongo que era algo inevitable. Supongo que a todo el mundo en esas circunstancias le sucede lo mismo. Aquella era nuestra primera vez. Cáncer, esa palabra que considero que hay que pronunciar aunque sea tan fea como su significado. Ya estábamos inmersos en la batalla. Cada gesto, cada palabra, cada abrazo, cada beso: todo forma parte de la batalla. Mi madre estuvo arropada en todo momento: por su marido, por sus hijos, por su yerno. Volvió a sonar el teléfono. La operación se realizaría el veinticinco de agosto. Ese día hubo miedo pero no hubo lágrimas. Era uno de esos días que uno desea fervientemente que lleguen cuanto antes, y ya estaba fijado en el calendario de los médicos. Hubo muchos días de hospital previos: pruebas, revisiones, biopsias, más pruebas... Todo fue mucho más llevadero gracias al sentido del humor (que nunca falta en mi familia, y si no aparece, se inventa) y al exquisito tratamiento de todo el personal hospitalario. A todo, insisto. Nunca hubo un mal gesto por su parte, sino todo lo contrario: palabras dulces, gestos cómplices, cariño no impostado. Todo salió bien. Mi madre, pese a la fragilidad, se está recuperando. Resiste bien los tratamientos. Es fuerte. Es valiente. Está guapa. Vive cada momento con intensidad. La vida se abre paso entre la maleza, cada día. 
Hoy, diecinueve de octubre, se celebra el Día Mundial contra el cáncer de mama. Por eso, entre otras cosas, escribo esto.  Habrá lazos de color rosa y todos esos símbolos que están muy bien, pero siempre que haya detrás medios para que cada mujer viva su enfermedad con dignidad, creyendo que eso no es el final sino un peaje más de esta vida llena de peajes. Que haya lazos de color rosa, vale, pero que no haya recortes. De ningún tipo. Con un gobierno o con otro. Que haya dinero para revisiones anuales. Que cada enferma tenga el derecho y todos los medios a su alcance para curarse. Que haya presupuesto para investigar. Que haya palabras amables y grandes profesionales que las sigan pronunciando.
Que todo esto no sea más que un paréntesis. En la vida de mi madre y en la de cada mujer que le toque enfrentarse a esta dura batalla. 
Que regresen otros veranos. Los aguardamos, impacientes. 

miércoles, 18 de octubre de 2017

Arde la tierra

Mi madre es gallega. Mi padre, asturiano. Y ambas tierras, tras los incendios, han quedado devastadas en numerosos lugares. Qué extraña sensación produce ver esas imágenes. Qué tristeza. Y qué impotencia. Pocas cosas pueden definir mejor la desolación que un paisaje arrasado por el fuego. Ese fuego que se eleva contra el cielo, que brama, que se expande, que no cesa. Rojo, amarillo, anaranjado. Violentísimo. También el rostro de la gente acongoja, ese pueblo indefenso. El reflejo en esos rostros del dolor, de la angustia, del enfado, del cansancio, de la impotencia (otra vez). Esa gente, acongojada, que somos nosotros mismos. Gallegos, asturianos, o de cualquier otra parte. Impotentes. Minúsculos. Insignificantes ante una tragedia de tal magnitud. Como si nuestras manos estuviesen atadas, una vez más

sábado, 14 de octubre de 2017

Otro cumpleaños

Hoy cumplo 46 años. Nací en el Centro Materno del antiguo HUCA (ahora abandonado). El otro día casualmente pasé por allí, le hice una foto y por un instante pude ver a mi madre aquel día -tan joven, tan guapa, tan ilusionada: así aparecía en las fotografías que descubriría más tarde- detrás de una de esas ventanas. Un largo recorrido nos trajo hasta aquí, a los dos, con cientos de risas y algunos que otros quebraderos de cabeza. Como es cierto que la edad lo relativiza todo y que, llegados a este punto, según dicen, las cosas se ven de otra manera (más serena, más sosegada), puedo apuntar que las circunstancias no están del todo mal. Las personas que quiero y que me quieren están vivas y están a mi lado. Eso, hoy, es lo que considero más importante. Lo demás, todo lo demás (aunque importe), se queda en un segundo plano, discretamente.  

viernes, 13 de octubre de 2017

Una mañana de octubre

Miro el reloj. Son las diez menos cuarto de una mañana festiva de octubre. Luce el sol y hace frío. Sin embargo, a las mesas de la terraza donde me encuentro llegan los rayos de ese sol y estar ahí sentado resulta agradable. No estoy esperando a nadie: sólo tomo un café (descafeinado) y descanso después de más de una hora de paseo. Hay algo en esos paseos que ya los ha convertido en imprescindibles, haga frío o calor. Una especie de evasión. Saco el cuaderno, lo pongo sobre la mesa, pero no apunto nada. Observo. No es una calle muy transitada. Al abrir la bolsa, veo el paquete de tabaco, me apetece fumar un cigarrillo pero me contengo. De repente, de la mesa de al lado me llega el (delicioso) olor de un cigarrillo rubio que alguien está fumando. Es una mujer, entre 50 y 60 años. Puedo fijarme en ella porque ella no se fija en nadie. Mira al frente, con los ojos un tanto nebulosos, perdidos. Apenas se mueve. Como si estuviera un tanto abotargada. Me doy cuenta de que en su mesa hay una copa de Martini rojo. Sus manos sólo se estiran para fumar (largas caladas) y para beber pequeños sorbos de su copa. Supongo que a esa mujer entre 50 y 60 años ya no le interesan demasiado los paseos. Me pregunto, como siempre en estos casos, los motivos por los que alguien se está tomando una copa antes de las diez de la mañana (el camarero le sirve otra, sin decir nada). La imaginación va a su aire. Posibles apuntes para el cuaderno. Es cierto que en numerosas ocasiones existen suficientes motivos para beber a cualquier hora. Sin embargo, cada vida es un misterio. Y de los motivos, una vez más, se encargará la imaginación. Cuando corresponda. 
Termino el café, recojo el cuaderno y continúo con el paseo (estoy bastante lejos de casa). Siento las piernas cansadas, pero eso, curiosamente, hace que me sienta bien.  

jueves, 12 de octubre de 2017

Parpadeos

Cuando se publicó 'Parpadeos', de Eloy Tizón, yo estaba trabajando en la librería Aldebarán. Lo fui leyendo poco a poco, en la propia librería o en mi casa. Con esa lentitud con la que uno lee los libros que no quieren que se acaben nunca. Aquellos relatos me deslumbraron. ¡Cuánta maestría en apenas 140 páginas! Me compré el libro, naturalmente. 
Hace dos años, cuando cambiamos de casa, se perdieron varios libros en la mudanza. Aún hoy desconozco los motivos de esas pérdidas. 'Parpadeos' fue uno de ellos. El libro está descatalogado, y por más que lo busqué en numerosas librerías de segunda mano nunca lo encontré. En las librerías de venta online siempre tenía unos precios desbordantes, que no digo yo que no lo valga el libro pero resultaban inalcanzables para mi bolsillo. El otro día lo encontré online por un precio alto pero razonable. Y adelantándose a mi cumpleaños, Íñigo me lo acaba de regalar. Lo leeré de nuevo lentamente. Y si algún día cambiamos de nuevo de casa, que nunca se sabe, lo pondré a buen recaudo. 

sábado, 7 de octubre de 2017

Cisnes

Aunque es un lugar bastante transitado, más aún desde que Mafalda se sentó en uno de los bancos que están enfrente, el estanque del Campo San Francisco es uno de esos lugares dentro de la ciudad donde a veces uno va en busca de unos minutos de sosiego, de silencio, de tranquilidad. Te alejas un poco de la entrañable Mafalda, por aquello de las fotos y el trasiego de gente, y tienes la sensación de estar durante unos minutos alejado de los problemas, las decepciones, las dificultades del día a día, que nunca son pocas. Allí, donde el rumor del viento que mece las hojas y el del agua son los únicos sonidos posibles, contemplas la elegante manera en la que los cisnes se deslizan por el estanque. Ese rumor, el del viento y el del agua, y esa visión, la de los cisnes, contribuyen a esos instantes de retiro que andabas buscando. Ahí se detiene todo. También el tiempo. La belleza siempre es más poderosa que cualquier quebradero de cabeza. La belleza le sigue ganando la batalla a tanta fealdad, a tanto griterío, a tanto despropósito. Esto es una verdad, aunque sea una verdad que dure sólo un rato. Ese rato que tanto necesitabas. Y que puede durar, por recordar a Lorca, un minuto o un siglo. 
Leo en el periódico que han llegado nuevos cisnes, dos negros y ocho blancos. Habrá que ir a verlos. 

viernes, 6 de octubre de 2017

Bette Davis, 28 años después

El paso de Bette Davis por el Festival de cine de San Sebastián (pocos días antes de morir) para recoger el Premio Donostia fua casi tan antológico como su paso por el cine. Fue la primera mujer en recibirlo. A duras penas podía mantenerse en pie y la extrema fragilidad se notaba en cada uno de sus movimientos, pero a través de su inconfundible mirada y su aún más inconfundible actitud demostró lo que era: una de las más grandes. Esos días están muy bien contados por Diego Galán en su libro 'Jack Lemmon nunca cenó aquí'. 
Hoy se cumplen 28 años de su muerte, en París, donde viajó después de su estancia en San Sebastián. Siempre pienso que aquel premio recibido a escasos días de su muerte fue un maravilloso y muy merecido homenaje a su impresionante carrera. Por desgracia, no todas esas figuras inolvidables pueden decir lo mismo. 
Han pasado 28 años, y sigo recordándola. Como aquel adolescente ansioso de conocimiento que la descubría por primera vez. Y que, en el fondo, a pesar de tantas cosas, algunas veces creo que es lo que sigo siendo. 

jueves, 5 de octubre de 2017

Margaret Atwood

Ishiguro es un buen escritor y 'Lo que queda del día' es una obra sobresaliente. Bien. Margaret Atwood es una grandísima escritora, más allá de 'El cuento de la criada' (tan de moda, y con buenas razones para ello), que es una buena y original novela pero no la mejor de las que ha escrito. 'El asesino ciego' y ' Ojo de gato' son obras mayores. Y los cuentos de Atwood, donde muestra sus preocupaciones básicas -la posición de la mujer en el mundo, el feminismo, la ecología, etcétera...-, resisten maravillosamente el paso del tiempo. Obras como 'Resurgir', 'Doña Oráculo' o 'Desorden moral' (aparentemente menor, pero no), merecían ese Nobel para que, al menos aquí, fuesen reeditadas. 
Ah, los premios. 
Al menos, hace unos años, recibió el Príncipe de las Letras. Eso nos consuela. 

lunes, 2 de octubre de 2017

El testamento de Rosa

'El testamento de Rosa'. Impresionante documental dirigido por Agustí Villaronga. La actriz Rosa Novell, ya ciega como consecuencia del cáncer que padecía, repasa el texto de Colm Tóibín que no pudo llegar a representar sobre las tablas, 'El testamento de María'. Los gestos, los ojos, el movimiento de las manos, las arrugas, la modulación de la voz... La luz del día y la oscuridad en la que vive. Las sombras que acogen más que destruyen. La actriz que sigue ahí, majestuosa, pese a lo que está viviendo. Todo ello, pese a lo tremendo de la enfermedad, es de una lucidez y una belleza impresionantes. Y cerca, muy cerca, la mano de su compañero, el escritor Eduardo Mendoza. Esa mano silenciosa, cómplice. 
Son cuarenta y seis minutos (en blanco y negro) donde la vida y la muerte parecen aliarse en una especie de serenidad que abrasa. 

sábado, 30 de septiembre de 2017

Mi patria

Mi patria son las calles de la infancia recorridas de la mano de mi madre, el olor de la cocina de mi abuela, la presencia de mi padre, las risas de mi hermana y los ojos de mi marido. Mi patria son algunos amigos (pocos). Mi patria es el Cantábrico y el Mediterráneo. Mi patria son los escritores (de ambos sexos), los cómicos (de ambos sexos), los músicos (de ambos sexos), los artistas (de ambos sexos) que hicieron menos solitaria aquella adolescencia y que ahora me ayudan a entender mejor el mundo. Mi patria son los cafés donde compartí palabras y vino, y las habitaciones de hotel donde descubrí el placer compartido. Mi patria son las ciudades de este país donde alguna vez pensamos instalar nuestra casa y las ciudades de otros países donde nos ocurrió lo mismo. Mi patria es esta casa en la vivimos, naturalmente. Mi patria son las dos librerías en las que trabajé y todas en las que entro, ilusionado, en busca del último hallazgo. Mi patria son los teatros, los cines y los museos en los que me emocioné, y los bancos de los parques (de aquí y de allá) donde me senté a descansar, a reflexionar o a ver pasar la vida. Mi patria son los libros que escribí y los que aún están por hacerlo. Mi patria es un lápiz y un papel en blanco. 
Mi patria eres tú, pero eso ya está dicho. 

martes, 19 de septiembre de 2017

Días felices

Vengo de la calle. Vengo caminando en dirección contraria a la gente. Me dirijo a casa. La gente, al desfile de América en Asturias (la ciudad está en fiestas). Muchas madres y padres con sus hijos pequeños. Pienso en aquellos años cuando mi madre y mi abuela nos llevaban a mi hermana y a mí a ver el desfile: aquel despliegue de luces, colores y sonidos. (Mi padre estaba trabajando). Pienso en ello y parece que hubiese sucedido hace tan solo unas semanas. No es un recuerdo inventado o distorsionado por el paso del tiempo. Es real. Muy real. Hay veces que la memoria te juega malas pasadas y otras que no te engaña en absoluto. 
Este verano mi madre ha estado muy enferma (va recuperándose poco a poco, como la luchadora nata que es). Y eso hace que toda esta algarabía de gente y de recuerdos me emocione aún más. De repente, soy uno de esos niños que van de la mano de sus madres a ver algo diferente, inusual, muy llamativo. Y durante un rato quiero seguir así, perdido entre la gente que camina en dirección contraria a la mía, reconociendo la felicidad. 

martes, 12 de septiembre de 2017

Septiembre

Septiembre, con sus lloviznas y sus viejas rutinas, nos va alejando definitivamente del verano que aquí no disfrutamos Tal vez, de todos modos, sea mejor así. Llegarán los días soleados. Fríos y soleados del otoño. Y volveremos a añorar múltiples resquicios de lo que no tuvimos, en diversos aspectos. Y así, vez tras vez. Como una antigua y algo melancólica letanía a la que no terminamos de acostumbrarnos del todo. 

martes, 22 de agosto de 2017

Nati Mistral

Fue la mejor Celestina que recuerdo haber visto sobre las tablas. La mejor, en general, junto a la de Terele Pávez (en cine). Aquella lejana tarde, en el Jovellanos, pensé que si se abriesen las puertas del teatro la gente que pasaba por la calle podría escucharla perfectamente. Tan poderosa era su dicción y la proyección de su voz. Estaba perfecta en el personaje. Cada gesto, cada matiz, cada tono de voz. Y, además, se notaba que disfrutaba muchísimo representándolo. Como se notaba que disfrutaba recitando todas aquellas poesías que guardaba en su portentosa memoria. Cabe imaginarse las horas de estudio que había detrás de todo aquello. La vi más veces en el teatro, y su magnetismo era tan grande que no podías apartar los ojos de ella. Deslumbraba con aquella manera de hablar y de moverse por el escenario. Era una de esas actrices -cada vez van quedando menos, lamentablemente- que se las sabía todas: por talento, sabiduría y esas horas de estudio a las que antes me refería. 
Es una pena que algunas personas sólo la recuerden por su postura política y por las tonterías que decía últimamente en las televisiones derivadas de ella. No fue, desde luego, el mejor final para alguien de su categoría. Así son las luces y las sombras de las divas (ella lo era, sin discusión). Por eso, vuelvo al principio y pienso de nuevo en aquella Celestina teatral que aún no he visto superar a nadie. 

lunes, 21 de agosto de 2017

Más sudor, menos postales

'La seducción', de Sofía Coppola, es una película interesante pero irregular. Hay un momento (más o menos hacia la mitad) en el que la historia parece estancarse, como si la directora hubiera rodado algunas secuencias más y después hubiese decidido eliminarlas en el montaje final. Pese a una excesiva frialdad, está bien tratada la relación entre las mujeres cuando aparece el objeto del deseo de casi todas ellas, ese Colin Farrell que debería mostrarse más intenso para dilucidar desde el principio si estamos ante una víctima o un verdugo. De hecho, es en este punto, el de la seducción, sobre el que se sustenta toda la película. Sin embargo, insisto, esa frialdad en el tono resulta un tanto decepcionante. Se echa en falta más sudor, más garra, más desmelene. Un toque más salvaje. Por decirlo claramente: estamos en Virginia (en guerra), no en Versalles. Las mujeres no pueden exhibir los mismos maravillosos vestidos e inmaculados peinados en esas cenas elegantes y en los duros trabajos en el campo o en la cocina. No resulta creíble. 
Nicole Kidman está bien, y el resto de las chicas también. A Kirsten Dunst le hemos visto mejores interpretaciones. Su papel es el más complejo de la película y su rostro, impasible, ofrece el mismo registro en todo momento. 
He pensado, al salir del cine, que la historia tiene todos los requisitos para ser una buena función teatral. Donde el calor y el desgarro y el deseo furioso sean palpables. Y las bonitas postales de las que Coppola abusa, queden a un lado.  

sábado, 19 de agosto de 2017

Nuestra historia

Tenía muchas ganas de leerlos, pero las cosas llegan cuando tienen que llegar. Así en la literatura como en la propia vida. El caso es que vayan llegando. Lamentablemente, no pude asistir a la presentación que hizo en Oviedo hace unos meses. Pero ahora 'Nuestra historia', los últimos relatos publicados de Pedro Ugarte, ya está en mis manos. Un puñado de relatos fabulosos, muy recomendables, donde esos pequeños detalles que dan, para bien o para mal, un giro a la historia están muy presentes. Y a veces, con ellos, también el frío de vivir, que diría el maestro Castán. Aunque un poco tarde respecto a su publicación: enhorabuena, Pedro. 

lunes, 14 de agosto de 2017

Los paraísos perdidos

Ayer estuve viendo de nuevo 'Los paraísos perdidos', de Basilio Martín Patino, que es la mejor manera (creo) de homenajear a alguien que se acaba de ir. Me interesan mucho los temas que aborda: como espectador, como lector y como escritor. La vuelta a los orígenes, el regreso a los paisajes de la infancia, la muerte de los padres, el paso del tiempo, el olvido... Temas esenciales, evidentemente. Me gusta ese modo de narrar, que a veces casi parece un documental. Y la voz de Charo López leyendo las palabras escritas por Hölderlin. Charo compone muy bien ese personaje de mujer comprometida, intelectual, con algunas heridas a sus espaldas, que se resiste al olvido. Y que, a pesar de los vaivenes de su propia existencia, decide que es mejor arriesgarse a un baile que quedarse sentada de brazos cruzados. Esas determinadas maneras de posicionarse en aquellos tiempos en los que se rodó la película (1985) y también en estos. 

domingo, 6 de agosto de 2017

Carteles

En el primer piso del edificio donde vivían mis abuelos maternos, en Mieres, había una peluquería. Una de esas peluquerías, tan características por entonces, situadas en una de las habitaciones de la casa de la propia peluquera. Mi abuela, que vivía unos pisos más arriba, bajaba todas las semanas y mi madre también se arreglaba allí muchos sábados. De niño, me gustaba el olor y el ambiente de aquel lugar. Las risas de las mujeres, el sonido de los secadores, el olor de todos aquellos productos, el pelo (de diferentes colores) recién cortado sobre las baldosas. A veces, entre ellas, también se peleaban y, ante mi asombro, se decían de todo para, minutos después (la peluquera era la que ponía un poco de orden), volver a reírse alegremente, aquí paz y después gloria. Todo ese jolgorio era mucho más divertido que aquellos otros locales masculinos, tan serios y envarados, donde mi madre me llevaba a cortar el pelo, dónde iba a parar. 
Ayer, unas calles más arriba de nuestra casa, me encontré con el cartel tan setentero de una peluquería que me hizo recordar todo aquello. 

domingo, 30 de julio de 2017

Elvira Lindo y 'Los días raros'

Por razones que no vienen al caso aquí, este verano está siendo muy complicado. Por eso, más que nunca, aprecio los gestos positivos. Valoro, como sabéis, todas las opiniones sobre mis libros, pero cuando vienen de alguien a quien admiro tanto desde hace años, la alegría es un poquito mayor. Elvira Lindo acaba de leer 'Los días raros' (Ediciones Trabe) y ésta es su opinión:

"Leí tu libro y, como siempre, me conmovió la sensibilidad y la humanidad que hay en tu mirada del mundo. Es precioso."

Muy agradecido, querida Elvira, por tu tiempo y por tus palabras. Palabras que en este verano de 2017 se hacen, para mí, aún más valiosas. 

sábado, 29 de julio de 2017

Celia Pinto

Celia Pinto. Hay veces que conviene dejar los problemas en casa y salir a la calle. Eso pensó ayer mi hermana y dijo: os invito a cenar, escoged el sitio que queráis. Escogimos Celia Pinto. Teníamos muchas ganas de ir porque nos habían hablado muy bien de él. Y cuando esto pasa, temes que la cosa te defraude. No fue así. Un lugar para comer bacalao. Con aires portugueses, evidentemente. La música de fondo, el ambiente, la temperatura del vino y ¡la comida! El bacalao y los postres. Qué maravilla. Por un momento, casi te imaginabas allí, en alguno de los rincones de Lisboa (también quiero volver), mecido por esa lentitud y esa calma que al caer la noche se siente en la capital portuguesa. Creo que hay que denunciar esos sitios donde te toman el pelo (cada vez con más frecuencia) y esos otros donde merece la pena invertir el dinero. Celia Pinto es de estos últimos. Por eso escribo esto. 

martes, 18 de julio de 2017

Veranos

Hay veranos para las risas, para las bicicletas, para las noches interminables. Hay veranos para hundir los pies en la arena caliente, en el mar helado, en la hierba húmeda del jardín. Hay veranos para dejarse llevar por esa corriente de algarabía, de cerveza helada, de sol intenso. Hay veranos sin relojes. Y luego hay otros veranos en los que cada minuto cobra su importancia, en los que la incertidumbre persigue nuestros pasos y en los que te gustaría que el 18 de julio fuese ya el 18 de octubre (como poco). 
Hay veranos maravillosos y hay otros, en fin, sobre los que te gustaría pasar de puntillas. Como si uno no fuera uno mismo sino una sombra extraña que se hiciera un hueco en nuestro cuerpo.  

sábado, 8 de julio de 2017

Días de lluvia

Hoy tampoco habrá paseos por la playa, ni cervezas heladas en las terrazas. Saldré a la calle y, mientras Íñigo termina de trabajar, daré una larga caminata y recogeré en la biblioteca uno de los libros que tenía reservados. Tal vez, en la biblioteca, encuentre otro hallazgo y, a la salida, me anime a comprar un pequeño ramo de flores en uno de los puestos del FontánLuego, llegaré a casa de mis padres y prepararé un pisto casero para los tallarines, y abriré una botella de vino tinto, y tomaremos queso y piña de postre. Y escucharemos la lluvia con la ventana abierta mientras bebemos un gin-tonic y recordamos el sol de otros veranos. Estoy seguro de que también recordaremos otras cosas. Y caerá la tarde, y regresaremos a casa, en silencio, bajo ese paraguas azul y negro que compramos el otro día cuando nos pilló por sorpresa la tormenta, y ninguno de los dos pronunciará la palabra otoño ni la palabra invierno. Porque las únicas horas que cuentan son éstas, las que viviremos a lo largo de este día oscuro y lluvioso de principios de julio. 

jueves, 6 de julio de 2017

Escribir

Hay días en los que, aún queriendo, no puedes escribir nada. No es por falta de tiempo, ni por cansancio. Es por ciertas cosas que tienes en la cabeza y no puedes dejar de pensar en ellas. Quieres escribir, avanzar en lo escrito, inventar algo nuevo, investigar. Es imposible. Entonces, siendo honestos, lo mejor es dejarlo. Cerrar el cuaderno y no buscarte más líos. Lo mejor es sentarte a la mesa de la cocina, abrir la ventana, escuchar los sonidos que proceden del patio. La algarabía de los niños, el sonido de un televisor lejano, una música demasiado alta, alguien que bate huevos para una tortilla. Escuchar esos sonidos. El runrún de las vidas ajenas. 
Y comer una manzana muy verde, disfrutarla despacio, como si fuera el último acto que fueses a hacer en esta tierra. 

miércoles, 5 de julio de 2017

Contrastes

Los bancos de la plaza de La Escandalera están pintados con los colores de la bandera gay desde el miércoles pasado. Aunque ya los había visto en fotos, ayer pasé por allí. Fue a primera hora de la tarde. Hacía mucho calor, el sol apretaba con fuerza, apenas había gente allí sentada. Los colores de los bancos resaltaban con aquella intensa luz y le otorgaban a la plaza cierta alegría y cosmopolitismo. Se han pintado como un símbolo. El símbolo de una lucha y una reivindicación. Ambas cosas siguen siendo necesarias. Los símbolos, también. Por eso están pintados los bancos así. Es algo sencillo de entender si has sufrido discriminación por tu condición sexual y si tienes un poco de sensibilidad con los que la han sufrido (y la siguen sufriendo). Apenas había gente, ya digo. El calor no daba mucha opción, a pesar de que se trata de una plaza muy transitada. Una pareja de ancianos, bajo un enorme paraguas de color negro, arañaban un poco de sombra y veían a la gente pasar sentados en uno de aquellos bancos de colores. La oscuridad de sus ropas destacaba poderosamente. Curioso contraste. Las ropas negras y el arco iris. No sé si aquel hombre y aquella mujer tan mayores conocerían la historia del movimiento gay, los disturbios en el Stonewall y todo lo demás. Supongamos que no. Quizá por eso, y por alguna otra cosa más, aquella ráfaga de ternura me alcanzó durante unos segundos. Una de esas imágenes que se graban en tu cabeza sin necesidad de fotografías.   

martes, 13 de junio de 2017

Cumpleaños

Mi madre cumple hoy 68 años. Qué duda cabe que, después de todos los vaivenes relacionados con las enfermedades, el mejor regalo (para ella, para nosotros) es estar aquí. Vivimos tan deprisa y, en el fondo, somos tan ingenuos que a veces no somos conscientes de la continua incertidumbre en la que vivimos. Otras, en cambio, sí lo somos. Y entonces nos inventamos paraísos -con palabras, con músicas, con gestos, con silencios...- para hacer más habitable la vida en medio de esa cruel e inevitable incertidumbre. 
Hace justo un año ponía fin a ese diario que acabo de publicar. Terminarlo el día de su cumpleaños fue algo premeditado. Después de ese día sucedieron tantas cosas que ahora mismo no tengo fuerzas para contarlas. Por eso estoy escribiendo de nuevo ficción. Perderse en la vida de esos personajes inventados es otra manera de luchar contra las incertidumbres. Pero a lo que iba: terminaba el diario diciendo que iba a buscar a mi madre. 
Y eso es lo que me dispongo a hacer en un rato. 

viernes, 9 de junio de 2017

21 de junio

Me han invitado a las Tertulias del Campoamor. Será el 21 de junio, a las 20 horas., en el Salón de té del teatro Campoamor. Me entrevistará una escritora a la que aprecio y admiro, Natalia Menéndez, cuyo último libro de poesía, 'Invadir Babel', os recomiendo desde este mismo momento. 
Os dejo la fecha por si os apetece acompañarme. 
Será un placer. 

viernes, 26 de mayo de 2017

Ante el cierre de la librería Ojanguren

Poco a poco, esta ciudad se está convirtiendo en uno de esos parajes desolados de las películas de ciencia ficción, donde las cosas relacionadas con el mundo cultural eran algo que existió en un tiempo muy lejano, y donde todos, inmersos en una especie de desolación inevitable, caminamos como auténticos zombies, salvando nuestro propio pellejo (si eso aún es posible), desorientados, desamparados, alienados. 
Una librería con un fondo impresionante, donde siempre se hallaban libros que no se encontraban en otras librerías. Qué tristeza. 

lunes, 15 de mayo de 2017

La textura del deseo

Este artículo fue publicado en la revista digital LaEscena

María Tena debutó en la literatura con una novela absolutamente deliciosa, 'Tenemos que vernos'. Fue en el 2003 y quedó semifinalista del Herralde. Después, publicó un par de novelas más: 'Todavía tú', también semifinalista del Herralde, y 'La fragilidad de las panteras', finalista del Premio Primavera 2010. Desde entonces, quienes seguimos esa trayectoria, esperábamos con ganas su nuevo trabajo, galardonado con el Premio Málaga de novela del año pasado. Y aquí está, 'El novio chino', su cuarta novela. 
Se trata de una novela llena de sutilezas, de insinuaciones, de hechos que se traslucen tanto con palabras como con silencios. Tena ha logrado depurar el lenguaje hasta quedar con lo preciso, lo que cuenta, lo que importa. Lo esencial. Las palabras que sirven para definir el pasado de esos dos hombres tan diferentes en todo (edad, procedencia, formación cultural...) y los silencios que ayudan a comprender cada una de sus posiciones vitales, de sus problemas, de sus respectivos cansancios. Ahí, en ese contraste, se mueve esta espléndida novela. Hay saltos atrás en el tiempo, perfectamente insertados en la narración, que descifran el carácter de sus protagonistas. Cómo y de qué manera han llegado hasta aquí, hasta ese momento en el que, después de la atracción inicial, comparten sus vidas. Y todo lo que eso conlleva. El conocimientos de los cuerpos. El contraste entre Oriente y Occidente. Y el contraste entre dos personas que vienen de mundos tan diferentes, tan alejados, tan contrapuestos. Y la fascinación, claro, que surge en medio de esos contrastes. 
Se sugiere más que se muestra. Y cuando algo se muestra -una mañana festiva en la cama, por ejemplo: un detalle aparentemente tan insignificante que puede explicar tantas cosas-, se hace con tanta sutileza que el deseo se adueña por completo de esos párrafos, de esas páginas, convertido en una especie de personaje más. Personaje atento, silencioso, que se mueve entre los cuerpos, entre las pieles de estos dos hombres, de un modo casi invisible pero contundente, definitivo. Pocas cosas hay más poderosas que el deseo como nos dejó claro Marguerite Duras a lo largo de su extensa, compleja y fascinante obra. La textura de aquel deseo, siempre presente en nuestras (re)lecturas.
La textura del deseo, también aquí, en esta más que recomendable novela de María Tena, la cuarta. Sobre eso, el deseo y su textura, y sobre la condición humana, siempre tan compleja, tan variable, tan extraña. 

sábado, 13 de mayo de 2017

Maullidos

Los maullidos de un gato me despertaron a las cuatro de la mañana. Procedían de la calle. Maullaba de un modo muy parecido a Francesca cuando llegamos a casa y se siente abandonada (da igual que hayamos estado fuera media hora que el día entero: los lamentos de abandono son los mismos), así que tal vez fuese una gata. Seguro que era una gata. Levanté la persiana y eché un vistazo. Los maullidos persistían, pero, pese a las luces de las farolas, no logré distinguir dónde se encontraba. No creo que se tratase de una gata callejera (vamos a suponer que era una gata), sino de una que se había escapado de alguna de las casas de los alrededores. Preparé café y me puse a escribir. Los maullidos persistían. Francesca, medio dormida, ni se inmutaba. Un rato después, se oyeron unas voces y la gata (vamos a seguir suponiendo que era una gata) dejó de maullar. Quizá sus dueños dieron con ella. Seguí escribiendo. Ahora, con el sol entrando por la ventana del estudio, todo está en silencio. Sólo el sonido de unos pájaros rompe ese silencio. Francesca, ya despierta, observa su vuelo inquieto, con desgana. 

jueves, 4 de mayo de 2017

Presentación en Oviedo

Cuando Esther Prieto me llamó en enero para decirme que la presentación del diario sería el 4 de mayo, me pareció algo tan lejano como si me hubiese hablado del verano o de una nueva Navidad. Lo apunté en un papel y seguí con mis tareas cotidianas. Según pasaban los días, seguía pareciéndome una cosa lejanísima. Se publicó el diario. Llevo casi dos meses de aquí para allá con él, porque creo que si los editores apuestan su dinero en tu trabajo, debes corresponder del mismo modo. Estoy un poco cansado porque promocionar un libro, aunque lo parezca, no es algo sencillo. No siempre tienes ganas de hablar en público, no siempre tienes ganas de entrevistas, de relacionarte. El diario está ahí y tus historias también. Pero no debe decaer el ánimo. Y si decae un poco, disimulas. 
Y, por fin, ha llegado el 4 de mayo, el día de la presentación en Oviedo. Con Iván Alonso y Azucena Vence, dos personas muy apreciadas por mí. Sé que las 7 de la tarde no es una hora muy buena para la gente que trabajáis, pero nosotros vamos a estar allí, en el Club de Prensa, esperándoos.
Y lo vamos a pasar bien. Contad con ello. 

martes, 25 de abril de 2017

El final

Qué terrible es el último e impresionante capítulo de 'Feud: Bette and Joan'. Las dos leyendas prácticamente olvidadas, consumidas por la nostalgia y el alcohol, perdidas en malas películas, tratando de conservar sus nombres y todo lo que eso significaba. Dos mujeres solas. Dos mujeres que hicieron memorables interpretaciones y ahora, a un paso de la muerte, están solas. Los únicos reflejos dorados que las acompañan son los que deja la luz en sus vasos de alcohol. Los otros, ya tan lejanos, casi son un tormento para ellas en ese presente tan decadente. Alivia pensar que Davis recibió aquel Donostia, convertida en una sombra de sí misma, quince días antes de morir. 
La vida, qué tremenda. Y qué tremendos también algunos finales. 
Cuánto sufrimiento, hayas sido quien hayas sido, antes de que el telón se baje definitivamente.  

domingo, 23 de abril de 2017

Más libros

Como el librero que hay en mí se resiste a desaparecer, para tal día como hoy recomiendo a quien pueda interesar los últimos libros que he leído, que estoy terminando de leer y que me han gustado. Citaré sólo diez para no hacer esto demasiado largo. 

'Piel de lobo'. Lara Moreno
'La quietud'. Ignacio Ferrando
'Un día en la vida de una mujer sonriente'. Margaret Drabble
'El paseo'. Atila Bartis
'Tierra de campos'. David Trueba
'Miel del desierto'. Edith Pearlman
'Los siete años de abundancia'. Etgar Keret
'Todo lo que ya no íbamos a necesitar'. Maite Núñez
'La pertenencia'. Gema Nieto
'La tinta del calamar'. Miguel Barrero

(No destaco los libros que ya he reseñado en diferentes medios porque eran reseñas positivas y, por tanto, en la reseña misma estaba implícita la recomendación.)

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jueves, 20 de abril de 2017

De libros y libreros

Cuando entro en una librería, lo que viene siendo muy a menudo, me dan ganas de organizar, colocar lo que considero que no está en el sitio que le correspondeatender a la gente. En fin, maniobras y vicios del que no se ha desprendido aún del oficio. A veces, sinceramente, lo que siento son ganas de ponerme a gritar. El otro día, sin ir más lejos. A mi lado, una mujer de unos 40 años le preguntaba al dependiente (que no librero) por un libro para regalar a una amiga. El tipo, medio aturdido, le dice, bueno, tiene los de Isabel Allende... ¡Isabel Allende, por el amor de Dios! Si ni siquiera tiene libro nuevo... Una escritora para una mujer (¿por qué no Eloy Tizón, Richard Ford, Ignacio Ferrando o Thomas Bernhard?): los niños con los niños y las niñas con las niñas (apostaría un euro -sin temor a perderlo- a que si hubiese sido un hombre el que pidiera recomendación para un regalo a un amigo le enjaretaba a Pérez Reverte). De lo que hay que tratar de informarse si eres un librero decente es del nivel de lectura que tiene la persona a la que se va a regalar el libro en cuestión, vamos digo yo. Y ya puestos, por recomendar a escritoras (cosa que yo muchas veces hacía, independientemente del sexo de la persona a la que iba destinado el regalo), ¿por qué no Matute, Laforet, Lindo, Puértolas, Fernández Cubas, Ginzburg, Atwood o Berlin? Pues supongo que porque el dependiente (que no librero) tendría tanta idea de la obra de estas señoras como yo de equipos de fútbol. O sea, ni puta idea. El caso es que, por primera vez en mucho tiempo, a pesar de llevar siete años intentando buscar trabajo como librero en esta ciudad (sin éxito alguno)no me dieron ganas de gritar ni de ponerme de mal humor al contemplar esta ridícula escena. Salí de allí con una sonrisa y con una extraña paz. Convencido de que el que está perdido es el mundo y no yo, que tengo mis cosas pero todavía sé distinguir determinados caminos.