lunes, 28 de marzo de 2016

Un domingo cualquiera

Un domingo cualquiera, en los mercadillos del Fontán. Un gitano guapo está al frente de un puesto de libros. Los vende todos a dos euros. Salvo algún título de Cela, Muñoz Molina o Laforet, no valen gran cosa. Tiene también varias revistas de Musicología. Un hombre, a mi lado, pregunta por ellas. El gitano le dice que cuestan, como el resto de los libros, dos euros. El hombre protesta. ¡Protesta por dos euros! Desconozco el valor de la revista, pero, en apariencia, parece una buena publicación. Dice que no le da más que uno.  El gitano insiste que hoy los ha puesto todos -todos, recalca- a dos euros. El hombre murmura que no va a hacer negocio, que nada de eso que tiene vale dos euros. El gitano dice que no le eche mal fario y que si no quiere la revista por dos euros que adiós muy buenas, que hasta otro día. El hombre sigue protestando, erre que erre, que quiere esa revista por un euro. Me dan ganas de decirle que si cuando va a El Corte Inglés hace lo mismo. Me callo. Me cuesta hacerlo, pero me callo. Aunque está en la otra punta del mercado, puedo escuchar a Íñigo decir qué ganas tienes de líos. Y me voy porque estas cosas, sinceramente, me ponen de muy mal humor. No soporto a la gente miserable. Miserable y pesada. Con los años, menos aún. 

miércoles, 23 de marzo de 2016

Bruselas

No conozco Bruselas. Sin embargo, esa ciudad ha estado muy presente en nuestra familia porque a ella se fueron mis tíos, décadas atrás, a buscarse la vida. Mis tíos regresaron a este país hace ya unos cuantos años. Mi primo y parte de la familia de mi tía sigue viviendo allí. Ayer llegué a casa cerca del mediodía y me enteré de lo sucedido. Lo primero que hice fue contactar con mi tía para asegurarme de que primo y su familia estuviesen bien. Lo instintivo. Lo lógico. ¿Después? Lo de siempre. Por mucho que se reflexione, que se piense, que se escriba, ¿quién detiene todo esto? La sensación de derrota y de frustración es constante. La hipocresía, en determinados casos, planea a sus anchas. La normalidad regresará poco a poco y el año que viene recordaremos con dolor esta fecha. Como tantas otras que marcan de sangre y miseria los calendarios. Me siento triste e impotente. Creo que son las dos palabras que mejor definen hoy mi estado de ánimo. Y la impotencia, creo, es aún más terrible que la tristeza.    

En escena, Lola Herrera

Este artículo fue publicado en El Huffington Post

Tengo quince años. Y ella está ahí, sobre las tablas del teatro Campoamor. Ella es ella, Lola Herrera, y ya no lo es. Es Carmen Sotillo, el personaje creado por Miguel Delibes. Pocas veces una actriz ha alcanzado tal nivel de identificación con su personaje. Pero eso, en esos momentos, a mis quince años, aún no lo sé de un modo definitivo. Lo sabré después: con las lecturas, los estudios, las entrevistas con la actriz, las críticas y la visión de la película de Josefina Molina, 'Función de noche'. Aquella tremenda catarsis donde Lola Herrera se enfrentaba a todo: al miedo, al vacío, a la desilusión, al cansancio, a la educación recibida, a los años compartidos con su marido, a un futuro estable y a un futuro inestable en lo emocional. Su mirada lo dice todo. Demoledor acercamiento a uno mismo. Retrato, como el de la propia Carmen Sotillo, de toda una generación de mujeres. Retrato valiente y sin concesiones. Cine que, pese a los años transcurridos, sigue vigente: porque pocas cosas hay más contemporáneas que el reflejo de una mujer, sea de la época que sea, en el espejo, en los diferentes espejos que la vida le va poniendo en el camino. A veces, resulta complicado reflejarse en ellos. La mujeres valientes no les tienen miedo a los espejos, aunque intuyan la magnitud de lo que allí, presente y pasado, puedan llegar a encontrarse.
Pero retrocedo de nuevo en el tiempo, el de mis quince años, el de aquella tarde en el Campoamor. No sé muy bien qué es lo que me está pasando. Durante toda la obra, experimento algo que no había sentido con anterioridad. Una especie de llamada, de señal. Intuyo que aquello que se está representando allí y que me tiene el corazón encogido es algo grande. Intuyo también que aquello va a determinar mi vida de un modo rotundo. Ya estoy atrapado por el teatro. Esa mujer que habla con su marido muerto es la culpable. Ya no hay marcha atrás. El teatro formará parte de mí como el cine, la música, la literatura, la pintura... Casi como mi propia respiración.
A partir de ahí, querré ver casi todas las obras que lleguen a mi ciudad y, unos años más tarde, querré ir a verlas a otras ciudades. Nunca dejaré de ver ninguno de los siguientes trabajos de esa impresionante actriz, Lola Herrera. Comedias más ligeras y obras más profundas donde ella pasa de la risa al llanto con una credibilidad impresionante. Pura emoción y vitalidad. Una mujer que sabe de que va esto de la vida y lo transmite a través de sus personajes. Las vidas de esas mujeres que interpreta pasan por sus ojos. Ningún problema le es indiferente. Volveré a verla interpretar a Carmen Sotillo, en el mismo teatro, muchos años después. La emoción sigue intacta. Esa mujer sabe lo que es estremecernos con la historia de esa otra mujer que también es la historia de muchas mujeres. Hay trabajos que te dejan sin habla, como el de la madre que interpreta en 'Solas', en un mano a mano con su propia hija, Natalia Dicenta (¿su mejor papel hasta la fecha junto a los de 'La zapatera prodigiosa' y 'Al final del arco iris'?), que será difícil de olvidar. Mujeres que saben plantarle cara a la vida: con dolor, con rabia, con ganas, con determinación. Un largo camino. Una carrera brillantísima.
Acaban de concederle el Max de Honor de este año. Ya no tengo quince años, pero el aplauso es tan efusivo como el de entonces.

martes, 22 de marzo de 2016

Servilletas

Pongamos un día cualquiera de marzo. Curiosamente, dicen, es el Día de la Poesía. Salimos a caminar -mi madre y yo- muy temprano. No llueve, ni hace demasiado frío. Después de la larga caminata, nos sentamos en una terraza y pedimos café. Ahí está, el servilletero. Uno de esos servilleteros comunes y corrientes. Bebemos lentamente el café, seguimos con nuestra conversación. Le doy la vuelta al servilletero para coger una servilleta. Descubro que hay unas palabras escritas en el papel. Las leo. "Apaguemos los móviles, mirémonos a los ojos". Tienen su gracia esas palabras. Y de repente, recuerdo aquel tiempo en el que no teníamos móviles. Que para llamar a alguien desde la calle teníamos que ir a una cabina o a un bar. Que no estábamos localizables para todo el mundo a todas horas. Llegar a casa y preguntar, con cierta curiosidad, si alguien nos había llamado. Si nos había llamado una amiga, aquel chico con el que tonteábamos, el presidente del jurado de algún concurso al que habíamos presentado el último relato escrito... Y, sinceramente, me agrada ese recuerdo. Pensar en aquel tiempo que, como tantas otras cosas, se nos escapó y que no es tan lejano como parece. 

lunes, 14 de marzo de 2016

Cuéntame un cuento

Este artículo fue publicado por El Huffington Post

Eso le decíamos a nuestras madres. Y ellas, olvidando el cansancio acumulado durante el día, lo hacían: nos contaban un cuento. A veces lo leían y otras, lo inventaban. A veces tenían continuidad para el día siguiente y otras, en cambio, ponían el punto final aquella misma noche. Que, en cualquiera de los casos, el misterio quedase ahí, flotando, mientras los ojos se iban cerrando. Cuando nos apagaban la luz de la habitación, seguíamos pensando en aquellas historias, divagando con las palabras, fantaseando con las imágenes. El cuento, leído o inventado, nos permitía soñar antes de dormir. Evadirnos. Pensar. Reflexionar. Cambiar el final, inventarnos otras historias con aquellos mismos personajes, jugar a nuestro antojo con la imaginación. Soñar, en definitiva. Y al despertarnos, en el autobús que nos llevaba al colegio, aún medio adormilados y con pocas ganas de enfrentarnos a una nueva jornada, seguíamos soñando. Pocas cosas había más fascinantes por entonces que aquellos cuentos. Los cuentos que las madres nos contaban por las noches. Puede que de ahí, de aquellas narraciones, surgiese todo. La afición por la lectura y por la escritura. Puede que en aquellos cuentos esté el origen de todo. Lo que, a día de hoy, a muchos de nosotros, nos define, nos alienta, nos impulsa a seguir adelante. La literatura. Las ganas de transformar las cosas con palabras.
El cuento, como lector y como escritor, me fascina. Contar en unas pocas páginas una historia. Que todo tenga un principio y un final, una coherencia. Que ningún hilo quede pendiente, que nada se escape, que el enigma se resuelva o no se resuelva pero que quede bien amarrado, que sigamos pensando en él después de leerlo. Que el misterio, como entonces, quede flotando.
Sobre mi mesa de trabajo están los tres libros de cuentos que acabo de leer. 'Mala letra' (Anagrama), de Sara Mesa. 'Estrómboli' (Impedimenta), de Jon Bilbao. Y 'Andarás perdido por el mundo' (Ediciones del viento), de Óscar Esquivias. Son muy diferentes entre sí. Aunque hay algo que, al margen de la incuestionable calidad, los une: la brecha que, por diferentes motivos, se abre en la vida cotidiana, y lo que surge a partir de ese momento. Lo inesperado rompe con la rutina, con la aparente calma, con la normalidad de los días. La resquebraja para transformarla por completo. Es significativo, en este sentido, el primero de los cuentos de Jon Bilbao, 'Crónica distanciada de mi último verano'. O del cuarto, 'Una boda en invierno'. Espléndidos ambos. Eso mismo -lo inesperado, lo imprevisto- es lo que ocurría en esa pieza perfecta que es 'El fin' (Anagrama), de Soledad Puértolas, incluida en su último libro, de igual título. O lo que viene después, una vez resquebrajado el dulce devenir de los días. Como ocurre en ese prodigio de síntesis que es 'Curso de natación', de Esquivias, de quien también destaco 'La casa de las mimosas' por su belleza. Quizá los más perturbadores sean los cuentos de Mesa (como perturbadora era su publicación anterior, la novela 'Cicatriz'): la aparente calma se desmorona enseguida y da paso a una serie de conflictos (tremendos, en algunos casos) a los que son arrastrados sus personajes. 'Papá es de goma' es un buen ejemplo de lo que señalo. Aunque en otros, la crueldad queda matizada por la ternura como ocurre en el extraordinario 'Mármol'.
Tres libros. Muchas voces. Todas merecen ser escuchadas. Incluso, algunas de ellas, en varias ocasiones. De lo mejor que se ha publicado en narrativa española en los últimos tiempos.

viernes, 11 de marzo de 2016

'Azul', 20 años después de la muerte de Kieslowski

Hay películas que te marcan de un modo decisivo. 'Azul' es una de ellas. De la trilogía de Kieslowski, es mi preferida. La manera en que, de pronto, se deshace una vida y las dificultades para recomponerla. Los silencios, las miradas, la música. Esa partitura inacabada. Esa pieza musical que va sonando durante toda la historia, que rompe el silencio o se hace un hueco dentro de él. Los ojos de Juliette Binoche. Esos ojos que van de la sorpresa al dolor, y de ahí, a la resignación. A la aceptación de los hechos que vienen después de ese giro inesperado de la vida. La complejidad del ser humano. Y también, sí, sus contradicciones. Todo eso está ahí, en una película que ya es un clásico. La manera en que se dicen las cosas y la manera en que no se dicen. Un gesto, una caricia, un cuerpo hundiéndose en el agua de una piscina y otra vez la mirada de Julie. Y sus cicatrices.
Han pasado 20 años de la muerte de Kiesloowski. Y se reestrena la trilogía. Han pasado 20 años de casi todo, en realidad. Quizá desde esa distancia, la de los 20 años, sea un buen momento para acercarnos de nuevo a esta historia. De completar, a nuestro modo, esa partitura. Como intenta hacerlo la propia Julie.

miércoles, 9 de marzo de 2016

El oficio de amar

Siempre que leo noticias como la de ese matrimonio que murió con cuatro horas de diferencia después de toda la vida juntos, me acuerdo de aquella novela de Frédéric Beigbeder titulada 'El amor dura tres años'. Sería el suyo (o el del protagonista de su novela). Aquí está la realidad para contradecirle. He conocido historias de amor que han durado tres días y otras que han llegado a  los sesenta años. Estas últimas, como la de ese matrimonio asturiano, me siguen conmoviendo especialmente. Y me recuerdan, una vez más, a la de mis abuelos maternos. (Se puede leer su historia en mi primera novela, 'El tiempo que vendrá', sobre la que Maruja Torres escribió generosamente en El País Semanal, titulando la reseña El oficio de amar). Una de las historias de amor más impresionantes que he conocido. El amor pudo con muchísimos inconvenientes que la vida les fue poniendo en el camino. Pienso en ella casi todos los días. Sé que esa fuerza, la de mis abuelos, está muy cerca de mí en todo momento.

martes, 8 de marzo de 2016

Este 8 de marzo, Nadine Gordimer

Podría hablar hoy (y cualquier otro día) de muchas mujeres que han influido sobre mi manera de ser, de pensar, de escribir, de estar en el mundo. Mujeres de mi entorno, de la escritura, de la fotografía, de la música, de la pintura, de la interpretación... Pero voy a hacerlo de una en concreto. Una mujer cuyos libros están muy cerca de mí desde hace unos cuantos meses. Una mujer de la que leí hace muchos años un par de libros que me gustaron, pero ahí quedó la cosa. Nunca la situé entre mis escritoras favoritas. Hasta hace unos meses que, de modo inesperado, cayó en mis manos una de sus novelas. Y regresé a su mundo. A su manera de ver las cosas, de interpretarlas. A su lucha. Ahora sé lo que no alcancé a entender en aquellos años: que se trata de una escritora con mayúsculas. Sus libros, en castellano, andan un poco a su aire. Es más fácil encontrarlos en las mesas de saldos o en las librerías de segunda mano que en otros lugares en los que deberían estar. Su última obra, 'Mejor hoy que mañana', publicada por El Acantilado, es una absoluta maravilla. Y los cuentos que componen 'Beethoven tenía algo de negro', también.
Nadine Gordimer, gracias.
Feliz Día a todas las mujeres. Y a todas las personas que, desde el más absoluto respeto, apoyáis las causas por las que sigue mereciendo la pena levantarse cada día.
 

lunes, 7 de marzo de 2016

Sobre los carteles del 8 de marzo de Iglesias y Errejón

Vaya por delante: no he votado a Podemos. Si es una cuestión de ego la de estos chicos, apaga y vámonos. Si es para apoyar la causa, como tendría que ser, no me parece mal (unido al hecho de que haya también carteles donde aparezcan mujeres: que, al parecer, como apunta una chica en las redes sociales, los hay). A mí no me molesta que el Día del Orgullo Gay, al margen de lesbianas y homosexuales, haya hombres y mujeres heterosexuales, en carteles o donde sea (el caso es alzar la voz por causas justas y necesarísimas: y más aún, en estos tiempos de retroceso que estamos viviendo, de continuos ataques machistas y homófobos), apoyando. Creo que hay que luchar contra el machismo de una manera feroz (contra la homofobia, también). Y todas las voces que se alcen por las causas de una manera noble y honrada me parecen pocas, sean voces masculinas o femeninas.

domingo, 6 de marzo de 2016

Las mujeres de Casa Puyo

Cuando era pequeño, íbamos a comer allí casi todos los domingos. Ya entonces me llamaban la atención aquellas tres mujeres, trabajadoras incansables, que llevaban con brío, alegría y sentido del humor el negocio. Una de ellas ya no está: ahora es su hija la que se ocupa de los fogones con idéntica maestría. Almodóvar tiene a las mujeres manchegas, tan determinantes en su obra, y nosotros tenemos a las asturianas, que son igual de fabulosas y con una manera de encarar la vida muy similar. Se podría escribir una novela con estas mujeres. Las mujeres de Casa Puyo. Las personas que ya conocéis el sitio, sabéis de lo que hablo. Las otras, no dejéis de ir. Es una de esos lugares que hay que conocer y disfrutar. Gracias, queridas, por vuestra generosidad y hospitalidad.

viernes, 4 de marzo de 2016

Incertidumbres

La paloma está ahí, en la terraza del primero, muerta. Lleva varios días bajo la lluvia, el aguanieve, el escaso e indeciso sol de este marzo. Nadie vive en ese piso. Y la dueña rara vez viene por aquí. La terraza está llena de agua, hojas secas, colillas y restos de suciedad que el fuerte viento ha ido arrastrando en las últimas semanas. Y en medio de todo eso, la paloma muerta. ¿Cómo ha llegado hasta ahí? Tal vez se golpease contra el edificio. O tal vez una ráfaga furiosa de viento fuese más poderosa que sus habilidades. Quién sabe. Lo cierto es que cada mañana, cuando levanto la persiana, me encuentro con esa triste imagen. Una imagen que puede ser muchas cosas. Y quizá la más inquietante de todas ellas sea una especie de metáfora de los tiempos que corren. El frío, el desamparo, la inseguridad...
Pero no vamos a ponernos tristes, pese a esa imagen. Marzo no es un mes triste. Todo lo contrario. Los días son más largos y se atisban los primeros e inseguros reflejos de la primavera. Las fresas ya están en los escaparates de todas las fruterías, relucientes como si alguien les hubiese sacado brillo con un paño. Y las voces de las tres mujeres que protagonizan el nuevo libro de Patrick Modiano, ya están aquí. Misteriosas, atractivas, algo perdidas... Llenas de incertidumbres, eso sí. Como estos tiempos que corren, como (casi) todos nosotros.