jueves, 5 de septiembre de 2013

Una casa heredada

La chica hereda de su abuela una casa perdida en un rincón de Córcega. Todos, incluida su familia y su novio, intentan convencerla para que la venda, aunque no sea mucho dinero el que vaya a percibir por ella. La chica se niega. Se enfada, se siente incomprendida, se pelea con el novio. La casa no está en muy buenas condiciones, pero no importa: ella decide arreglarla. Lo hará poco a poco, según vaya consiguiendo el dinero necesario. Hay algo que la une a esa casa, a esa herencia que le dejó su abuela inesperadamente. Sabe que puede ser su lugar en el mundo, ese lugar que todos buscamos. Viendo esta película, "Una casa en Córcega", me he vuelto a acordar de la casa de mis abuelos paternos, en el campo. Una casa de dos plantas, con una frondosa higuera delante, rodeada de plantas, flores y árboles. De gatos y perros que correteaban a su aire, y de ese rumor sosegado que se respira en los pueblos: como si el tiempo, de alguna manera, se detuviese indefinidamente y los problemas dejasen de existir. Una casa que, lamentablemente, se vendió cuando murió la abuela. Muchas veces he pensado en ella, en aquella casa donde transcurrió buena parte de mi infancia y adolescencia. Si la casa aún perteneciese a la familia, no dudo en absoluto que estaríamos viviendo allí. Hay un momento en la vida en que cambia la percepción de casi todo. Supongo que ese momento llega alrededor de los cuarenta años, cuando ya has perdido unas cuantas cosas y algunas otras te parecen definitivamente inalcanzables, por mucho empeño que pongas en perseguirlas. Y más aún, en estos tiempos de contratos basura, crisis interminables, importante retroceso social y cultural, creciente homofobia, incierto futuro y todo eso que tan bien sabemos y padecemos. De repente, viendo una película (que encierra una considerable complejidad dentro de su aparente sencillez) y aún antes de verla, sientes una especie de necesidad de recuperar cosas del pasado lejano. Una casa que perteneció a tus abuelos, por ejemplo. Aquella casa de dos plantas, con una frondosa higuera delante. ¡Cuántas tardes pasamos allí! Comiendo, leyendo, charlando, tomando el sol, bebiendo café, regando las plantas cuando el sol ya se retiraba, haciendo tortillas de patata o contemplando el laborioso e inteligente trasiego de las hormigas... Todo eso viene a mi memoria mientras veo esta (aparentemente) sencilla, sutil y recomendable película. Todo ese tiempo que, de alguna forma, sigue formando parte de mí, aunque físicamente ya no me encuentre allí. El tiempo que dejamos atrás y que conforma nuestro presente de un modo extraño y contundente. Y también -estoy seguro-, nuestro futuro. Por incierto que ahora, perdidos en tantas desazones e incertidumbres, nos parezca.  

3 comentarios:

  1. Buff, que complicados son los cuarenta, de repente te ves mirando atrás y descubriendo la importancia que ha tenido en tu formación como persona, en tu esencia de ser, todas aquellas pequeñas cosas que no te parecían importantes y que ahora las descubres en ti misma.

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  2. Como siempre removiendo y tocando la fibra sensible y humana que todos,(casi todos)llevamos dentro...
    Otro pedazo de arte memorístico actual.
    Genial
    Abrazote Eloy

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  3. Siempre hay una casa que permanece en la memoria y en el corazón.

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